Uno de los grandes y primeros problemas a resolver partía de la misma formación socio-geográfica de la antigua colonia. La gran extensión geográfica del territorio independizado y la escasez de población habían producido un desequilibrio orgánico de difícil solución. La colonia había sido localista, estructurada en núcleos rurales diferenciados de región a región. Los centros urbanos existentes, escasos en número, agrupaban a poblaciones pequeñas cuyo primitivismo irradiaba del marcado aislamiento colonial. Al casi inexistente tráfico comercial, paralizaba una más marcada escasez de comunicación social, ideológica y cultural.

Como contraste de ese mundo aislado, primitivo y rural, se erguía la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato que Carlos III reestructuró en 1776, y cuya importancia comercial, militar y burocrática había aumentado aceleradamente desde los años de la fundación. Había sido en esta capital en donde paulatinamente una minoría ilustrada criolla había copado puestos en el comercio, la administración y las profesiones liberales. Estas generaciones jóvenes habían crecido en contacto con los grupos ilustrados españoles del siglo XVIII, y clara y activamente influenciados por el pensamiento inglés y francés. La situación geográfica de Buenos Aires, favorecida por su enclave como puerto de enlaces comerciales, había permitido que los contactos con el exterior fuesen más frecuentes, mientras que en el interior el inmovilismo se mantenía como tónica. La dicotomía, Buenos Aires-resto del país, las diferencias existentes entre ambos mundos, y los diversos grupos por ellos representados; son pieza clave para entender la turbulencia de los años sucesivos

En ese contexto complejo entre el tironeo centralista de Buenos Aires y los reclamos constantes de los caudillos provinciales…

Cuando Rosas se encumbra al poder no se han resuelto ninguna de las contradicciones básicas que agitan al país y en torno a las cuales estallan, en explosión de artificio, los enfrentamientos entre unitarios y federales. Asume el poder en un momento en que el caos, tanto en Buenos Aires como en las provincias, parecía haberse apoderado de la vida política. Llega al poder cuando se cree que no existe reconciliación posible entre la corriente centralizadora y la provincial. Lo hace imponiendo en su provincia un poder absoluto bajo un régimen federal. Rosas intentará usar el sistema federal para unificar al país. La suya era una «propuesta como solución a un país que no ha aprendido a vivir unido pero que no puede vivir dividido»


Manuela Rosas de Terrero, mujer y política argentina, conocida como Manuelita Rosas

La empresa Rosas, Terrero y Compañía se convirtió en el más importante saladero de carnes y pescados de la provincia y Juan Manuel de Rosas, a sus 33 años de edad, en los albores de la presidencia de Rivadavia, era ya un rico propietario, líder de un grupo muy compacto de hacendados y empresarios. Bajo su liderazgo el grupo logró monopolizar el abasto de la ciudad de Buenos Aires, influyó en la promulgación de leyes que los favorecían y su influencia se hizo sentir en la política de la provincia. Rosas anticipó la expansión de una economía ganadera en la década de 1820 y facilitó en parte la transición de Buenos Aires de capital del Virreinato a centro exportador34. Dentro de esta línea hay que situar sus esfuerzos para extender las haciendas más allá de las fronteras del sur, territorio poblado por tribus indias35. Esta había sido una aspiración gubernativa desde que se formulara la primera política de expansión fronteriza en 1816. En 1817 Rosas y sus asociados fundaron Los Cerrillos, una de las estancias más provechosas, dentro del territorio de dominio indio.

Lo que Rosas supo comprender fue que la expansión ganadera era paralela a la superación de la inseguridad en las fronteras. Para conseguir esta seguridad, el factor militar era un elemento imprescindible. Rosas entendió que para dar continuidad, estabilidad y ganancias a la empresa agropecuaria, ésta había de ir a la par de la producción militarizada. En el contexto de estas concepciones hay que situar la política de Rosas encaminada a satisfacer las necesidades crecientes de estancieros y empresarios con su expansión en el desierto. En 1820 Rosas organizó a su peonada militarmente. No le fue difícil reclutar entre sus propios peones y los de otras estancias el suficiente número de hombres para formar una milicia de caballería a la que equipó y uniformó en rojo.

Estos fueron los originales Colorados del Norte, cuya fama controvertida parte de su participación en la batalla de Cepeda y campañas del desierto, hasta convertirse años más tarde en fuerza fundamental del régimen rosista. El año 1820 es fundamental en la formación de Rosas. De ese año emerge un Rosas aureolado con reputación política, poseedor de una fuerza militar importante, elemento a añadir a su creciente ascendencia entre la clase estanciera.

En 1835 la Revolución de los Restauradores dio sus frutos. Viamonte dimitió. La legislatura ofreció de nuevo la gobernación a Rosas, quien por cuarta vez la rechazó. La final aceptación estuvo sujeta a ciertas condiciones. La suma del poder público, exigencia sine qua non, le fue otorgada el 7 de marzo de 1835, y Rosas inició una larga dictadura. No sólo obtenía facultades extraordinarias, traducidas en la suspensión de las garantías individuales que pudieran limitar sus atribuciones, sino el total control de los poderes legislativo, judicial y ejecutivo.

Las tropas confederadas de Urquiza, es decir el Ejército Nacional, debieron enfrentarse con las fuerzas de Buenos Aires encabezadas por Mitre. El encuentro se produjo en Cepeda, al sur de la provincia de Santa Fe, y era la segunda batalla que se desarrollaba allí, porque ya el primero de febrero de 1820 había habído un enfrentamiento bélico en el marco de las Guerras Civiles de Argentina.

La segunda gobernación, cuya duración se extendió hasta 1852, se inauguraba con el mismo carácter conservador con que había discurrido la primera. Aseguraba la propiedad a los propietarios, se comprometía a mantener el culto69 y fortalecía el poder del ejército a expensas de los programas educativos y sociales. Si la oposición no se avenía a sus términos, el régimen sabría cómo silenciarla. El rosismo no debía temer por el momento el ruido propagandístico de la oposición, puesto que la toma del poder se realizaba con el fervor efervescente de la multitud70.

Entre las muchas dependencias con que contaba la residencia de Rosas, hablamos de Palermo de San Benito, hubo “cocheras, depósitos, talleres, invernáculos, una sección veterinaria y una enfermería con su farmacia”. Predecible resulta imaginar la cantidad de personal que debió tener don Juan Manuel para la manutención de toda la estructura edilicia y las hectáreas que la misma ocupaba.

Desde los primeros días de su gobernación, Rosas se dedicó con meticulosidad a la tarea de administrar esa gran finca que era para él la provincia de Buenos Aires, tratando de compaginar los intereses de ésta con los del resto del país. Como administrador, sus primeras medidas se encaminaron a reducir sustancialmente los gastos públicos. Recortó los presupuestos del estado, despidió a gran número de funcionarios e intentó depurar la ineficaz máquina administrativa.

Las tensiones sociales, políticas y económicas, sumadas al manejo que imprime Rosas al régimen, produjo que muchos federales, antes aliados, se pasaran al bando antirosista y todo ello eclosiona en la batalla de Caseros, donde el triunfo de Urquiza termina entregando el poder a los unitarios y al centralismo porteño.

Justo José de Urquiza

En los años previos a la batalla de Caseros, Rosas había presentado su dimisión varias veces. En 1849, el dictador parecía más determinado que nunca a dejar el mando. El partido rosista, interesado en su permanencia, se encargó de levantar el entusiasmo popular demandando su continuidad. Rosas continuó sin entusiasmo. Este hecho es palpable en la forma en que la dictadura se enfrentó al ejército invasor: impericia, ánimo de derrota y desinterés parecieron ser la tónica. La suerte de la batalla de Caseros dejó sueltos multitud de hilos que se hallaban engarzados a la figura del gobernador. Entonces, se reveló la súbita traición de unos, la impotente lealtad de otros, y la nerviosa expectativa de los más.