El extranjero contra quien se hubiera decretado la expulsión tendría tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarco. A partir de esta ley, el Poder Ejecutivo podía acusar y castigar (expulsar) a personas extranjeras sin que en ningún momento interviniera el Poder Judicial.

Esta ley en cuestión, la cual recién terminó siendo derogada en 1958, fue utilizada por sucesivos gobiernos argentinos para reprimir la organización sindical de los trabajadores, expulsando principalmente anarquistas y socialistas. Surgió a partir de un pedido formulado por la Unión Industrial Argentina al Poder Ejecutivo Nacional en 1899, a raíz del cual el senador Miguel Cané presentó ante el Congreso de la Nación el proyecto de expulsión de extranjeros.

La Ley de Defensa Social de 1910, sancionada en Argentina, fue una legislación que extendió las restricciones de la Ley de Residencia, permitiendo al Poder Ejecutivo arrestar indefinidamente a ciudadanos sospechosos de anarquismo o de actividades consideradas perjudiciales para el orden social. Esta ley, junto con la Ley de Residencia, se enmarcó en un contexto de creciente conflictividad social y laboral, donde el gobierno conservador buscaba controlar las manifestaciones obreras y el avance de ideas anarquistas, especialmente en el marco de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo.

De esta manera, la Ley de Defensa Social contribuyó a la represión del movimiento obrero, dificultando su organización y lucha por mejores condiciones laborales, es un ejemplo de cómo el Estado puede utilizar el derecho para reprimir movimientos sociales y limitar las libertades individuales en nombre del orden público, en un contexto de tensiones y conflictos.