Un día como hoy pero de 1955 – Los investigadores estadounidenses Carlton-Schwerdt y Schaffer obtienen en forma cristalina el virus que causa la poliomielitis.

La poliomielitis, o comúnmente llamada polio, es una enfermedad altamente contagiosa ocasionada por el virus de la poliomielitis.
La gran mayoría de las infecciones por poliovirus no producen síntomas, pero de 5 a 10 de cada 100 personas infectadas con este virus pueden presentar algunos síntomas similares a los de la gripe. En 1 de cada 200 casos el virus destruye partes del sistema nervioso, ocasionando la parálisis permanente en piernas o brazos. Aunque es muy raro, el virus puede atacar las partes del cerebro que ayudan a respirar, lo que puede causar la muerte.

Aunque el último caso confirmado de poliomielitis por poliovirus salvaje en la Región de las Américas ocurrió en 1991, la amenaza continúa. A pesar de los esfuerzos para su erradicación, al momento, en algunos países de Asia, sigue habiendo niños con parálisis permanente debida a este virus. Por su riesgo de importación, el principal factor de riesgo para que los niños menores de 5 años de edad adquieran esta enfermedad, son las bajas coberturas de vacunación.
PROTECCIÓN DE POR VIDA MEDIANTE LA VACUNACIÓN
Fue en 1955 cuando se anunció que la vacuna inyectable de Jonas Salk era segura para usar y se inició una campaña de inmunización a nivel nacional en Estados Unidos. La vacuna de Salk se denomina «vacuna antipoliomielítica inactivada» lo que significa que utiliza un virus que no está vivo y se le refiere como vacuna inyectable contra la polio (IPV).

No fue hasta 1962 cuando el investigador Albert Sabin desarrolló una vacuna oral contra la polio (OPV), utilizando un virus vivo atenuado. Como su vacuna era más fácil de administrar, facilitó enormemente su distribución. Hoy en día se utilizan ambas vacunas.
La recomendación del Grupo Técnico Asesor (GTA) de la OPS es utilizar tanto la vacuna inyectada como la oral para generar inmunidad optima. Como parte del esquema de vacunación primaria durante el primer año de vida, un bebé debe recibir dos dosis de la vacuna inyectada y una dosis de la oral, además de dos refuerzos a los 18 meses y 5 años, un esquema que proporciona protección de por vida.

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