
SER COHERENTE: ¿UN DELITO EN LA SOCIEDAD MODERNA?
Escribe: CONCEJAL MARTIN PELLEGRINO
FOTOS: YAMILA ESPINDOLA
En la sociedad actual, donde el cambio constante parece ser la única constante, ser coherente ha dejado de ser una virtud y se percibe, cada vez más, como un «delito». Las personas que se mantienen fieles a sus principios, que actúan conforme a sus convicciones sin importar la presión externa, enfrentan un juicio social. Son vistas como intransigentes, anticuadas o problemáticas. Pero, ¿por qué hemos llegado a esta paradoja?
EL DILEMA MODERNO: ADAPTARSE O RESISTIR
La modernidad exige adaptarse a la corriente dominante. Los cambios de opinión, el pragmatismo y la capacidad para fluir con las tendencias sociales son celebrados como signos de inteligencia y madurez. En este contexto, la coherencia se enfrenta a un doble reto: por un lado, el constante bombardeo de nuevas ideas y, por otro, la presión para ceder ante lo que la mayoría considera aceptable.
«…ejemplo emblemático es el de Leandro N. Alem, fundador de la Unión Cívica Radical. Alem fue un político que pagó con su vida la coherencia de sus ideales...»

Un claro ejemplo de coherencia en nuestra historia es el caso de Juan Manuel de Rosas, quien gobernó con mano firme y sin ceder a las presiones internas o externas. Rosas, con su ideología federalista, se mantuvo coherente en su postura frente al centralismo de Buenos Aires y las potencias extranjeras. Su resistencia le ganó muchos enemigos, tanto dentro como fuera del país, pero su firmeza en la defensa de los intereses nacionales fue innegable. En su tiempo, fue acusado de intransigente y autoritario, lo que muestra cómo la coherencia puede ser percibida como un obstáculo por aquellos que buscan la conveniencia del momento.
Otro ejemplo emblemático es el de Leandro N. Alem, fundador de la Unión Cívica Radical. Alem fue un político que pagó con su vida la coherencia de sus ideales. Su negativa a transar con el poder, su lucha constante por la democracia y su rechazo a pactos que consideraba inmorales lo llevaron al aislamiento político y finalmente al suicidio. Hoy, su legado es recordado con admiración, pero en su tiempo, su obstinación fue vista como una traba para las soluciones pragmáticas que otros proponían.
COHERENCIA COMO RESISTENCIA EN TIEMPOS DE CONFORMISMO
En tiempos de conformismo, ser coherente se convierte en un acto de resistencia. Las figuras que se mantienen fieles a sus principios, incluso cuando el entorno los presiona a cambiar, se ven relegadas, muchas veces tildadas de obstinadas o radicales. Este fenómeno no es exclusivo de figuras políticas del pasado; sigue vigente en la actualidad.

Arturo Jauretche, pensador y escritor argentino, es otro ejemplo de coherencia en la defensa de sus ideas. Fue un crítico feroz de las élites argentinas y de lo que él llamaba la «colonización pedagógica», un sistema de educación y cultura que servía a los intereses de una minoría y que despreciaba las raíces populares del país. A lo largo de su vida, Jauretche fue consistentemente fiel a su defensa de lo nacional y popular, y esto le valió el desprecio de ciertos sectores que preferían un pensamiento más alineado con los intereses del extranjero. Su coherencia lo convirtió en una figura incómoda para muchos, pero su legado permanece como un ejemplo de resistencia intelectual.
El desafío es claro: ser coherente en tiempos de cambio puede ser visto como un «delito», pero es precisamente en esos momentos cuando la coherencia se convierte en el acto más noble de todos.
EL COSTO PERSONAL DE LA COHERENCIA
Ser coherente no es gratis. En una sociedad que valora la adaptación y la conveniencia por encima de los principios, aquellos que se niegan a cambiar sus creencias o a ceder ante las modas enfrentan un alto costo. Las figuras históricas argentinas que hemos mencionado no solo fueron criticadas en su tiempo, sino que también sufrieron el aislamiento, la persecución y, en algunos casos, la muerte.

Hoy en día, muchas personas que intentan mantenerse firmes en sus convicciones enfrentan situaciones similares, aunque más sutiles. Ser coherente puede significar perder oportunidades laborales, ser excluido de ciertos círculos sociales o convertirse en blanco de ataques en las redes sociales. La coherencia, en un mundo que parece moverse sin dirección fija, es un valor en peligro de extinción.
RECUPERAR LA COHERENCIA COMO VIRTUD
La sociedad moderna ha castigado la coherencia, pero es hora de rescatarla como el valor que realmente es. Las figuras históricas que mantuvieron sus principios, como Rosas, Alem y Jauretche, nos muestran que la coherencia no solo es posible, sino necesaria para construir una sociedad más justa y auténtica. Frente a la presión para adaptarnos y conformarnos, necesitamos más que nunca defender nuestros principios y resistir la tentación de ceder.
El desafío es claro: ser coherente en tiempos de cambio puede ser visto como un «delito», pero es precisamente en esos momentos cuando la coherencia se convierte en el acto más noble de todos.

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