Un día como hoy pero de 1848 – Camila O’Gorman y el ex sacerdote Uladislao Gutiérrez, quien había abandonado los hábitos para unirse a la muchacha, fueron fusilados en Santos Lugares por orden de Juan Manuel de Rosas.

A sus 18 años se enamoró del cura de la parroquia del Socorro, el tucumano Uladislao Gutiérrez, de 24 años.
De “buena familia”, Uladislao llegó a Buenos Aires con las mejores recomendaciones por ser el sobrino del gobernador de su provincia, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas.
Se conocieron en una tertulia y vivieron un romance que les costó la muerte.
Camila y su amor pone blanco sobre negro la doble moral de la sociedad en la que nos toca vivir. La pacatería estúpida, capaz de las más atroces versiones de una moral que no resiste el mínimo escrutinio.
Ni Camila ni Uladislao quisieron contener nada, reprimir lo que les venía desde las ganas, los deseos, los sueños de ser felices a pesar de los infelices de siempre que vigilan morales ajenas sin fijarse en las propias y, por todo y contra todos, decidieron fugarse la madrugada del 12 de diciembre de 1847.

Mariano Medrano pide un castigo ejemplar: “Estamos llenos de dolor, y en medio de las angustias en que nos vemos sumergidos, no nos ocurre otro arbitrio que aquiete algún tanto nuestro corazón, que el de suplicar a V. E. el que se designe ordenar el Jefe de la Policía despachen requisitorias por toda la ciudad y campaña para que en cualquier punto donde los encuentren a estos miserables, desgraciados e infelices, sean aprehendidos y traídos, para que procediendo en justicia, sean reprendidos y dada una satisfacción al público de tan enorme y escandaloso procedimiento”.
Camila y Uladislao huían de incógnito. Su objetivo era llegar a Río de Janeiro, pero la plata no les alcanzó y debieron parar en Goya, en la provincia de Corrientes. Él se hacía llamar Máximo Brandier y ella, Valentina Desan y decían venir de Salta, donde se dedicaban al comercio.
Intentando vivir con naturalidad su amor, el 16 de junio de 1848 fueron juntos a una fiesta y allí el cura irlandés Miguel Gannon reconoció a Gutiérrez y lo denunció al juez de Paz.

Fueron detenidos y separados. A Camila la mandaron a la casa de la familia Baibiene y pocos días después, por órdenes directas del gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, ambos fueron trasladados a la cárcel.
Al ser interrogados ninguno de los dos mostró el arrepentimiento que necesitaba la moralina eclesiástica, opositora y gubernamental. Ratificaron su amor en todos los términos posibles. Gutiérrez pidió por la vida de su compañera embarazada, recordando que no había ningún elemento ni en el derecho canónico ni en las leyes de las Siete Partidas que condenara a una mujer en ese estado a la muerte.
Cuando Uladislao supo que no había nada que hacer escribió por última vez en su vida, a la mujer de su vida: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te abraza tu Gutiérrez”.

El propio padre de Camila, Adolfo O’Gorman, reclamaba un castigo ejemplar. Rosas, entre el pedido de clemencia formulado por su hija y su cuñada y la presión generalizada, le encargó un dictamen a los juristas Dalmacio Vélez Sarsfield, Lorenzo Torres, Baldomero García y Eduardo Lahitte. La respuesta de los hombres de leyes, incluido el futuro redactor del Código Civil, fue condenatoria.
Como suele ocurrir, tras la brutal ejecución, Camila sería incorporada en la lista de las víctimas del rosismo por los propios hombres que fogonearon el “castigo ejemplar”.
Más allá de las miserias y los oportunismos de los unos y los otros, quedarán siempre resonando las últimas palabras de la valiente y luminosa Camila O’Gorman para los que estén dispuestos a escucharlas: “Voy a morir, y el amor que me arrastró al suplicio seguirá imperando en la naturaleza toda. Recordarán mi nombre, mártir o criminal, no bastará mi castigo a contener una sola palpitación en los corazones que sientan.”

Comentarios recientes