Las primeras agrupaciones humanas tuvieron un líder y también quienes pretendían ese liderazgo. Armas, astucia, traiciones y contubernios fueron forjando la historia de la humanidad.

Maquiavelo, en el Renacimiento, al influjo de las intrigas de las familias dominantes nos legó El Príncipe, especie de manual realista del manejo del poder. Pero el poder estaba en manos de los hombres de acción.
Maquiavelo, en 1513 empezó su obra más famosa: El príncipe -cuyo título realmente es Sobre los principados-, en el que vertió toda la experiencia adquirida en sus años de política. Aunque hoy es uno de los libros más famosos de la ciencia política, en su momento no tuvo una buena acogida: se publicó en 1532 -cinco años después de la muerte de su autor-, fue incluido en el Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia a causa del desdén que muestra por la ética del poder y no fue hasta la Ilustración que recibió una cierta atención, aunque mayoritariamente negativa: la famosa frase “el fin justifica los medios” en realidad no es de Maquiavelo y proviene de una anotación que hizo Napoleón en su ejemplar de El príncipe.
Es que la política es un arte de acción, la deliberación no siempre permite el desarrollo de la acción conducente. Los diletantes generalmente no pasan de eso.
Para ese desarrollo conducente se necesita el líder que puede captar la voluntad general, porque la política como arte implica la acción de aunar voluntades. Esa es la organización que permite arribar al objetivo trazado.

Los argentinos sabemos de esto, las imposiciones de los golpes de Estado siempre terminaron en más de lo peor, pero no siempre la democracia alumbró buenos resultados.
El axioma reza, “el poder no se delega”. Los movimientos encarnados en las personas se agotan junto a la persona.
Pero a un líder suele suceder otro líder, en ocasiones a varios lideres que fraccionan el espacio político.

A la muerte de Néstor aflora Cristina, que no puede evitar el surgimiento de Mauricio. Vemos ahora como irrumpe Javier Milei que interviene como tercero en discordia en esta pelea por el poder.
El hartazgo creciente de estos últimos años de desaciertos por derecha y por izquierda, alimenta una propuesta económica que pretende teñir la vida entera. Ser libertario aparece como algo más que esgrimir una propuesta económica, es un estilo de vida, es una forma de pensar hasta lo más íntimo.
Tal vez sea esta propuesta la única que contiene al hombre de estos lares, aunque no se comprenda del todo como se implementarán en el gobierno.

Algunos apuestan a que una vez en el poder, esas propuestas derramarán a provincias y municipios tiñéndolo todo. ¿Qué diría Maquiavelo?
Otros, tal vez con más realismo, sostienen que si no se logra la transformación a nivel primario la implementación a nivel nacional resultará difícil.
La fe puesta en el líder libertario, por el momento, no derrama. Por lo menos en las provincias donde alguien enarboló las banderas libertarias sin la imagen de Milei en las boletas no lograron los resultados esperados.

El próximo domingo Tucumán pondrá a prueba lo antes dicho con la candidatura de Ricardo Bussi. En otras provincias, Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe, con verdadero peso electoral, no aparecen los hombres o mujeres que permitan suponer elecciones ejemplares.
Entonces el arte de la política, que es simple y todo de realización, desde las tablets y los celulares parece no haber llegado a su punto óptimo. Tal vez se enteren los responsables de los armados respectivos, a lo mejor algunos golpes de timón llamen a la reflexión y permitan el verdadero ida y vuelta de los líderes con sus seguidores.
El arte requiere del artista (oleo sagrado de Samuel).

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