Marechal comenzó a escribir a los 12 años. Sus ideales políticos se empezaron a notar desde los 13, cuando impulsó a sus compañeros, de una fábrica de cortinas, a que exigieran mejores salarios y condiciones adecuadas para el trabajo. De allí, fue despedido por promover la revuelta laboral.

En 1919 se recibió de maestro y, luego, de bibliotecario y profesor de enseñanza secundaria.

El mismo Marechal reconocía que no era hombre de acción y no tenía condiciones de político militante, pero decidió, mediante sus hechos y palabras, declarar públicamente su adhesión y respaldo al movimiento peronista. Eso le valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron y que decretaron su “proscripción intelectual”.

—Ahí está Buenos Aires —empezó a decir—. Dos millones de almas… 

—Dos millones y medio —le corrigió Bernini, autorizado estadista. 

—Hablo en números redondos —gruñó Samuel—. Dos millones de almas que sostienen, la mayoría sin saberlo, su terrible pelea sobrenatural. Dos millones de almas batalladoras que ruedan aquí, se levantan allá, sucumben o triunfan, oscilando entre los dos polos metafísicos del universo. 

En 1922 escribió Los Aguiluchos, del que no se sentía muy orgulloso. En 1926 publicó Días como flechas y, en 1929, Odas para el hombre y la mujer (Primer Premio Municipal de Poesía). Luego de Laberinto de amor (1936) (Tercer Premio Nacional de Poesía) y Cinco poemas australes (1937) (Tercer Premio Nacional de Poesía), obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía con El Centauro (1940) y Sonetos a Sophia (1948).

En 1963 comenzó a escribir su novela, El Banquete de Severo Arcángelo, sin esperanza que fuera publicada, pero su aparición fue un éxito. Una parábola religiosa, enlazada con la historia argentina, que tiene una carga política, en la que se justifica la militancia peronista del autor. Se muestran los hombres robots que enfrenta el protagonista, mientras que los hombres dormidos de la Vida Ordinaria despertarán para convertirse en hombres de verdad e integrarse al accionar colectivo.

Su tercera novela, Megafón o la guerra, publicada en julio de 1970 plantea una epopeya cómica, de intensión doctrinaria, que despliega la batalla del hombre tanto terrestre como celeste. En la Rapsodia VI se hace una evocación de la muerte del general Valle y se recuerda a Eva Perón. En la Rapsodia VIII se plantea la acusación de las fuerzas que organizaban la muerte del líder y la derrota de los pobres.

Pero, tal vez por capricho intelectual del periodista, será su primera novela la que reflaja, entre otras cosas, la naturaleza del hombre en esa dimensión muchas veces dialogada pero muy pocas veces sentidas en ese extremo doloroso de reconocernos frágiles y dependientes.

Al ser un relato con tinte autobiográfico, al protagonista lo acompañan en sus aventuras amigos y compañeros del grupo de los años 20 (Pereda es Jorge Luis Borges, Samuel Tesler es Jacobo Fijman, Schultze es Xul Solar, el petiso Bernini es Raúl Scalabrini Ortiz).

Adán Buenosayres fue una novela maldita, que sólo unos pocos -Julio Cortázar entre ellos- valoraron en su momento.

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Pero no fue sólo la ignorancia la que condenó al libro y al autor a un largo ostracismo. Odiado por cierta intelectualidad bienpensante que nunca le perdonó su adhesión al peronismo, Marechal también fue marginado por la burocracia de su partido, que no toleró que un hombre de la cultura nacional y popular escribiera un libro metafísico.

Negado por la oligarquía (no hay pensantes fuera de ellos) “los peronistas prácticamente ignoraron mi existencia: ponían el acento sobre aspectos populistas de la cultura”  esto le dijo Marechal a Juan Gelman en julio de 1967, cuando hacía dos años que El banquete de Severo Arcángelo -su segunda novela- batía récords de venta.

“Vino lo del 55 (se refiere al golpe militar que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón). Entré en una década de soledad terrible. Hasta que apareció El banquete…, muchos, aquí y en el extranjero, me creían muerto. Cuando hace poco, en Cuba, me encontraba con algunos escritores chilenos, peruanos, mexicanos, y les era presentado, me miraban como se mira a un espectro.”

Adán Buenosayres cuenta unas pocas horas en la vida de un poeta de Villa Crespo. En su novela -reflexiona Abelardo Castillo-, Leopoldo Marechal demostró que el habla coloquial porteña y la lengua española, la tradición literaria grecolatina y el Buenos Aires cocoliche del sainete, la ciudad, los arrabales y la pampa, podían ser la materia múltiple y caótica de una poética nacional.

Leopoldo Marechal con Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos.

La primera edición de Adán Buenosayres, que tenía 741 páginas, casi no fue exhibida en las librerías. Era 1948, se vivía la euforia peronista y su autor era director general de Cultura de la Nación. Pero Marechal nunca confundió política con literatura; su introversión y su modestia, además, le impidieron pedir por su libro: su obra maestra pasó sin pena ni gloria. La intelectualidad antiperonista festejó este fracaso. Tres meses después que la novela fue editada, la revista Sur -bastión de Victoria Ocampo- publicó una irónica y despiadada crítica de Eduardo González Lanuza. Con estilo burlón, escribe que haría falta que esta genial novela fuese considerada por un crítico igualmente genial. Me considero incapaz de semejante hazaña. Juzgo más prudente dejar esa labor intacta para los futuros eruditos marechalistas que roerán Adán Buenosayres durante siglos, en el polvo de las bibliotecas, para desentrañar hasta las últimas minucias de sus significados más recónditos.

Pasaron 17 años antes de que se agotara la primera edición. Un año más de los que necesitó Marechal para pensarla y escribirla: sus primeras líneas fueron redactadas en París, a comienzos de 1930. Historia autobiográfica, plena de humor angélico, sátira de sus amigos martinfierristas, Villa Crespo es su centro y Saavedra su periferia. El Buenos Aires del veintitantos desfila con sus inmigrantes, sus miserias, sus personajes de tango. Y la búsqueda de la belleza y de la perfección tiene un nombre, Solveig Admunsen, una adolescente que es el Amor Absoluto.Cristiano, con una profunda fe en Dios, Marechal pareció flaquear en sus últimas horas. Su viuda, Elbia Rosbaco, recordó en 1985: Estoy cansado de que mis compatriotas me orinen encima, me dijo el día anterior a su muerte, desolado por la persecución, la censura, el ultraje, que no lo abandonaron nunca. Marechal murió el 26 de junio de 1970. Una dictadura militar gobernaba la Argentina.