Hacía un tiempo que diversos científicos habían descubierto que el gas nitroso atemperaba el dolor e intentaron usarlo en la extracción de muelas y dientes. El fracaso de las primeras intervenciones, tal vez por no acertar la dosis, Morton siguió investigando.

La diferencia consistió en que empleó otro gas: el éter. Experimentó primer con animales y después con humanos. Tras algunos ensayos que no dieron el resultado esperado, el 30 de septiembre de 1846 utilizó éter sulfúrico para extraer de forma indolora un molar a Eben Frost, un músico bostoniano.

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Cuando vio que el Congreso no le concedía ninguna recompensa por su descubrimiento, Morton intentó patentar un brebaje que, afirmaba era la fórmula de su anestesia. Pero al ver que el único producto realmente anestésico de esa mezcla era el éter, nadie pagó por él.

Peor le fue a Horace Wells compañero en la investigación. El dentista de Hartford sufrió una fuerte depresión tras su fracaso en 1845. Más adelante continuó sus experimentos anestésicos, pero esta vez usando cloroformo, una sustancia mucho más potente a la que se volvió adicto. Afectado por el éxito de Morton, que según él le había robado la gloria, y por sus experimentos, en 1848 Wells fue detenido por arrojar ácido a unas prostitutas y se suicidó cortándose las venas después de anestesiarse con cloroformo.