La historia suele mostrarnos algunos momentos que si no son utilizados en la reflexión, corren el riesgo de repetirse como la tragedia de una civilidad que se muerde su propia cola.
La revolución rusa, una de las más grandes revoluciones de la humanidad de las ultimas épocas, junto a la revolución francesa y la norteamericana, tiene en si misma un contrasentido que promueve muchas preguntas.
Un 21 de agosto de 1940 muere en México el revolucionario ruso Leon Trotski, fue un político y revolucionario ruso de origen judío, mortalmente herido el día anterior por el anarquista catalán Ramón Mercader.
Aunque inicialmente simpatizó con los mencheviques y tuvo disputas ideológicas y personales con el líder bolchevique, Vladímir Lenin, Trotski fue uno de los organizadores clave de la Revolución de Octubre, que permitió a los bolcheviques tomar el poder en noviembre de 1917 en Rusia. Durante la guerra civil subsiguiente, desempeñó el cargo de comisario de asuntos militares.
Negoció la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial mediante la Paz de Brest-Litovsk. Tuvo a su cargo la creación del Ejército Rojo que consolidaría definitivamente los logros revolucionarios venciendo a un pobre apoyo de ejércitos extranjeros y a los ejércitos blancos durante la guerra civil rusa; apoyó al Terror Rojo y fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja.
Posteriormente, se enfrentó política e ideológicamente a Iósif Stalin, liderando la oposición de izquierda, lo que le causó el exilio y posterior asesinato. Tras su exilio de la Unión Soviética, fue el líder de un movimiento internacional de izquierda revolucionaria identificado con el nombre de trotskismo y caracterizado por la idea de la «revolución permanente». En 1938, fundó la Cuarta Internacional.
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