Ese mediodía, Juan Domingo Perón le habló por última vez al pueblo reunido en la Plaza de Mayo desde el balcón de la Casa Rosada. Enfundado en un sobretodo gris con solapas negras, detrás de un vidrio blindado para protegerlo de un temido atentado, el líder justicialista hizo un desesperado llamado a una unidad que ya estaba definitivamente resquebrajada.

Las fuerzas desatadas de una izquierda “imberbe” y una derecha despiadada mostraron lo peor de la política y la violencia. El hombre que venía a reconstruir al pueblo argentino, tal vez adivinando la cercana muerte fustigó a unos y otros dejando como único heredero a su pueblo.

Juan Domingo Perón, moriría pocos días después, el 1 de julio, dejando una revolución inconclusa y una comunidad que no llegó a organizarse.